SAN BLAS: MUCHO MÁS QUE UNA FIESTA. Antonio L. Rol Benito, Prof. de Geografía e Historia
Descubre más cosas sobre la fiesta de San Blas en Valverde, cuáles son sus orígenes, en qué otros pueblos de Extremadura se celebra, etc. El artículo ha sido realizado en colaboración con José Antonio, párroco de Villamiel y los alumos de 3º Diver. Para leer este interesante artículo al completo pulsa en "Leer más…".
No he
tenido alternativa, en realidad no la hay. Casi desde el mismo
momento de mi llegada a Valverde he escuchado hablar de dos cosas, a
saber: la fala, y las fiestas de San Blas. A fala me enganchó
desde el principio, pero a San Blas no le di excesiva importancia
hasta que, a fuerza de escuchar y observar -algunos de mis alumnos
tienen fotos de ese día como fondo de escritorio del
ordenador- llegué a la conclusión de que era una de
esas fechas que se señalan en rojo en los calendarios, de las
que todo el mundo en el pueblo espera con ilusión y ganas,
casi con ansiedad. En fin, una fiesta, con mayúsculas.
Allí
donde resido San Blas también es fiesta local, coincidencia
que me ha llevado a cuestionarme algunas cosas. Para empezar, no sé
por qué San Blas es una de las fiestas más extendidas
en Extremadura -y fuera de ella-; tampoco conozco quién fue
este santo ni qué hizo para serlo; soy, ya saben, uno más
de quienes acuden a fiestas sin saber qué se celebra. Decidido
a no sólo ver sino también comprender, comencé
una sencilla búsqueda en San Google y Santa Wikipedia que, con
la ayuda de José Antonio, el párroco de Villamiel, me
aportó algunas respuestas. Blas -o Blasius-, vivió en
el siglo IV d.C., nació en el seno de una notable familia
cristiana y de ermitaño llegó a obispo de Sebaste, en
Capadocia, la actual Turquía, diócesis creada por lo
destacado de sus piadosas obras. Al parecer tenía el don de la
curación milagrosa, tanto entre personas como entre animales,
y gozó de cierta popularidad allí donde vivía;
logró alejar de la muerte a un niño que se había
tragado una espina de pescado, lo que le ha convertido en patrón
de los otorrinolaringólogos -también lo es de pastores
y agricultores, músicos de viento y cardadores de lana- y
explica la tradición de bendecir las gargantas. Tuvo la mala
suerte también de vivir en primera persona y con gran
intensidad -se le azotó, colgó de un árbol,
torturó y, finalmente, se le cortó la cabeza- las
persecuciones de cristianos de esta época, todavía vivo
el Imperio Romano, las cuales afrontó con tal convicción
que se ganó la santidad: no sólo no consiguieron que
renegara de su cristianismo, sino que durante su martirio en un
lago, invitó a sus torturadores a que anduvieran sobre el agua
para demostrar que sus dioses paganos sí existían,
ahogándose algunos de ellos.
Los
datos que hemos manejado van más allá de las creencias
religiosas. Lo cierto es que desde finales de enero a mediados de
febrero se celebran varias fiestas que, sorpresa, tienen un origen
anterior al cristianismo. En un tiempo en que el clima y la sucesión
de las estaciones eran enigmas imposibles de explicar, los días
más oscuros del año eran venerados con fuego, de ahí
la costumbre de llevar antorchas o velas, encender candelas, etc. Se
pedía que llegara la luz, los días largos y templados,
en fin, la primavera. Tampoco puede extrañar que por estas
fechas, las más frías en estas latitudes, se intente
proteger la garganta mediante cordones benditos asumida la ausencia
en el pasado de jarabes y antibióticos. Como la oscuridad y
los peligrosos resfriados eran preocupaciones generalizadas en toda
la península, la búsqueda espiritual de remedios y
soluciones también, y por eso la celebración de San
Blas en buena parte de nuestra geografía, aunque en cada lugar
se aporte un punto de originalidad: en Cáceres, se venden
roscas y cordones; en Montehermoso acompañan al santo los
vistosos Negritos; en la zona de Levante, fiestas de moros y
cristianos; en Almendralejo se encienden hogueras y se quema una
“Pantaruja”, icono de lo maligno; en Valdemorillos, un pueblo de
la sierra madrileña, las fiestas son taurinas; y podríamos
seguir en Navarra, Ciudad Real, Huelva… hasta llegar su devoción
al Nuevo Mundo El carácter crecientemente laico de nuestra
sociedad convierte con el paso del tiempo estas fiestas, antes
religiosas, en folclore.
Así
pues San Blas, representado por lo general con las vestiduras propias
de un obispo, incluida mitra y báculo, más un cirio en
ocasiones, y en no pocos casos con ermita propia, goza de una
veneración muy generalizada y a la vez diferente, particular,
en cada pueblo o ciudad. Éste es otro de los puntos en los que
coinciden todos aquellos, muchos, que me han hablado de esta fiesta
en Valverde: “aquí son diferentes, son mejores”. Y es
cierto, al menos en parte. En cada lugar, como se ha visto, se
celebra de una manera, pero la relevancia que adquiere en este pueblo
le otorga una singularidad, la de ser
una de las fiestas locales, un día en el que cualquiera que
haya nacido o vivido en Valverde siente la necesidad de acudir al
pueblo. En este punto, San Blas cobra un nuevo sentido, por ser un
momento en el que us valverdeirus se sienten más
orgullosos de serlo, una fecha que consolida lo que se podría
llamar, con toda cautela, una identidad colectiva; cualquiera que
haya oído hablar a un coriano de los toros de San Juan sabe
qué quiero decir. Y la nota discordante en Valverde la pone la
presencia de los caballos. Afición ampliamente extendida en el
Valle del Río Eljas, nos encontramos de nuevo ante una
costumbre de gran presencia en las fiestas de los pueblos: es rara la
romería en la que no aparece alguien montado a caballo.
Pensemos en la Encamisá de Torrejoncillo, en las fiestas de
Arroyo de la Luz en honor a su patrona, la carrera de San Antón
en Navalvillar de Pela, y cuántos ejemplos más… ¿Por
qué los caballos? Desde un punto de vista estrictamente
personal, se trata de uno de los puntos en los que la tradición,
la pervivencia del pasado se encuentra marcada con más
claridad. A las celebraciones religiosas, en especial las más
relevantes como esta de la que hablamos, antes se iba con las mejores
galas puestas, y en el pasado, un buen caballo formaba parte de tales
trajes, marcando además y de manera inconfundible diferencias
sociales entre los asistentes. ¿Qué es si no un
“caballero”?
En
conclusión, San Blas es una fiesta extendida pero singular en
cada localidad, de origen milenario que ha dado lugar a una bella
tradición. No tiene hoy su original significado, pero no por
ello ha perdido vigencia ni es menos importante para quienes a ella
acuden, al menos en Valverde del Fresno. Por lo demás,
disfruten y pásenlo bien, que tiempo hay para todo.
Antonio
Luis Rol Benito